El primero le llegó a los 16 años. Uno de los técnicos del Real Oviedo se olvidó de sus estadísticas —había sido el máximo goleador en todas las categorías del club—, y cuando terminó su etapa de cadete decidió que Luis no valía para los juveniles por su estatura. “Me echaron porque una persona que había en el Oviedo decía que yo era bajito, que no tenía altura para jugar en Liga Nacional. Decían que jugaba bien, pero no tenía fuerzas, así que me tuve que ir”, recuerda. Ni siquiera los esfuerzos que hizo su entrenador en cadetes, Florentino Angulo, pudo impedir su salida: “Él sí que dijo en todo momento que me tenía que quedar de todas todas, pero mandaba más el otro”.
El Club Deportivo La Braña le abrió sus puertas y Luis aceptó la oportunidad que le daban, pese a que eso conllevaba un sacrificio. Seis autobuses diarios fueron su rutina durante más de un año. “Salía del instituto a la una y media, llegaba a casa, comía rápido y luego iba a por los autobuses. Primero cogía uno para ir a la estación, luego otro para ir a Gijón, y después el último para que me dejara donde tenía que entrenar a las cinco. Cuando terminaba a las siete y media, salía corriendo para volver a coger los otros tres autobuses de vuelta. Llegaba a casa como a las diez y media y fue bastante complicado estudiar y jugar al fútbol porque llegaba tardísimo. Me tenía que levantar muy temprano para hacer los deberes y sacar el curso, pero al final valió mucho la pena”, indica el futbolista con una sonrisa.
Via: SONIA GAUDIOSO - marca.com
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